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Aladdin: una visión del Otro por Javier Álvarez Fuentes

Foto del escritor: Javier AlvarezJavier Alvarez

Introducción: ¿Qué es la obra de un compositor? Música y contexto


El objetivo de esta presentación, para que tenga un impacto real en la comprensión de los estudiantes, debe ser mostrar que el resultado artístico de la obra Aladdin no es el producto de un mero deseo estético o de una necesidad práctica momentánea, sino más bien el resultado de una cosmovisión profundamente arraigada en la realidad temporal del compositor.


Es una tarea fascinante, pero también abrumadora: nosotros, los habitantes del presente (2025), en un país específico (Alemania), con una cultura y una cosmovisión moldeadas por largos procesos sociales, económicos y culturales, miramos hacia el pasado para entender la obra de un hombre (Nielsen) que vivió en otra época (1918-1919), en otra cultura y en otro país. Influenciado por las corrientes de su época, observó lo que llamamos el "Oriente" para representarlo musicalmente, basándose en un texto del poeta danés Adam Oehlenschläger, publicado en 1805, inspirado en la historia de Aladdin de los cuentos de Las mil y una noches, cuya primera edición en inglés apareció entre 1700 y 1721.


Por supuesto, podemos sentarnos al piano, examinar la partitura y preguntarnos qué elementos se representan. Podemos describir, analizar y teorizar sobre los elementos musicales, cómo la composición utiliza estos elementos para transmitir una imagen sonora que sea comprensible para el oyente y que cumpla con ciertas expectativas.


En última instancia, podemos describir y definir lo que se representa, dirigir la atención del oyente hacia una melodía, un ritmo o un instrumento, con la promesa de que, al escuchar la obra nuevamente, reconocerá ciertos pasajes y podrá decir: "Aquí los contrabajos representan los pasos de los prisioneros".


Pero, ¿qué valor tiene esto para nosotros? ¿No es lo mismo que mirar una pintura de cien años y decir: "Ahí hay un gato, aquí una persona comiendo, los colores oscuros muestran que es una escena nocturna"? ¿Qué sentido tiene interpretar música del pasado si no la entendemos profundamente en su contexto? ¿Por qué traemos obras del pasado si no podemos aprender de ellas, ya sea comparando su contexto de creación con nuestra propia realidad actual? ¿Merece la pena una interpretación que carece de significado? ¿Y qué hacemos con las obras que cuestionan nuestra cosmovisión actual? ¿Deberíamos eliminar los títulos de los movimientos de Aladdin de Carl Nielsen? ¿Deberíamos editarlos o tal vez añadir una nota al pie que nos libere de la responsabilidad hacia una realidad pasada? ¿Deberíamos omitirlos, actuar como si nunca hubieran existido y simplemente disfrutar de la música?


Este es el dilema al que nos enfrentamos hoy, un conflicto que Nikolaus Harnoncourt ya abordó en las primeras páginas de su libro La música como discurso sonoro: "Mientras la música fue un aspecto central de la vida, solo podía ser música contemporánea, es decir, música compuesta en el presente... Desde que la música dejó de ser central en nuestras vidas, todo esto ha cambiado: la música, como ornamento, debe ser ante todo 'bella'".


Consideremos esto desde otra perspectiva: ¿Realmente necesitamos una introducción histórica o un análisis literario para entender una canción de AnnenMayKantereit, Billie Eilish o Bad Bunny? Probablemente no. Independientemente de nuestras preferencias personales, podemos conectarnos con estas canciones y entender sus letras. ¿Se debe simplemente a que la música y la "poesía" son más simples y directas? ¿O podría ser porque estos textos están arraigados en nuestro tiempo presente? Incluso si la nueva generación escucha música de hace 10 o 15 años, a menudo reconoce que ya está desactualizada y ya no coincide con sus gustos actuales.


Este principio también se aplica a otras formas de arte. Pensemos en la película El resplandor de Kubrick. En comparación con las nuevas versiones de IT, con sus efectos visuales y sonoros modernos, parece casi ridícula. Lo mismo ocurre con el fútbol: ¿alguna vez has visto partidos de los años 60 y los has comparado con los rendimientos deportivos actuales?


La historia de la música muestra que, con el tiempo, no solo han cambiado los temas, sino también las técnicas y formas de hacer música. Esto no solo ocurrió por el deseo de originalidad, sino también debido a los avances tecnológicos en el ámbito musical (nuevos instrumentos, materiales, etc.).

Desde esta perspectiva, si nos preguntamos: "¿Qué es la obra de un autor?", reconocemos que la música es un fenómeno colectivo que va más allá de la partitura o el sonido en sí. No nos equivoquemos: el fenómeno sonoro sigue siendo el mismo, ya que la partitura garantiza, hasta cierto punto, una reproducción fiel. Pero la percepción y recepción del oyente, que debe reconocer, asimilar, entender y relacionar este fenómeno con sus propias experiencias, cambia constantemente. Incluso para el primer oyente de la primera sinfonía de Beethoven, la obra ya no era la misma la segunda vez que la escuchó.


En este sentido: si la música pop actual contiene referencias, chistes internos, críticas a eventos y situaciones que entendemos porque las reconocemos, ¿por qué pensaríamos que la música del pasado no funciona bajo los mismos principios?


Aquí es donde nos encontramos hoy: buscamos música "bella" del pasado que no nos moleste o inquiete. Queremos música que no nos haga pensar, sino que podamos contemplar como una pieza de museo. Como alguien que mira una espada oxidada en una galería y olvida el propósito real de ese objeto. Y para que la música del pasado cumpla con esta función, debe ser liberada de todo su contexto, neutralizada, esterilizada y hecha atemporal; debe elevarse a algo casi etéreo para que no sea manchada por lo humano. Y los compositores deben ser elevados a genios sobrehumanos para justificar que esta música no nos pertenece. Finalmente, liberamos la música de toda humanidad y la reducimos a algo puramente emocional y sensorial: "Simplemente siente".


Esto funciona bien con música que tiene una relativa neutralidad, favorecida por la ausencia de un lenguaje escrito. Pero, ¿qué ocurre con las óperas —y en particular con Aladdin de Carl Nielsen—, donde encontramos textos que podemos entender y que entran en conflicto con nuestra visión actual del mundo? Aquí es necesario captar no solo qué se representa y cómo se representa, sino también por qué se hace de esta manera y cuáles son las motivaciones detrás de ello.


Yo y ellos: Una mirada al "Otro"


Podríamos pensar que, en el mundo actual, con los enormes avances tecnológicos que nos unen en una aldea global y con un acceso sin precedentes a la información sobre lo que ocurre en cada rincón del planeta, estaríamos libres de estereotipos, fantasías y mitos sobre comunidades fuera de nuestro entorno. Después de todo, la información está literalmente en nuestras manos —con smartphones conectados a Internet todo el día.


Pero este acceso aparentemente ilimitado a la información nos ha quitado nuestra ingenuidad, pero no nos ha liberado de nuestra ignorancia. Ha liberado a esos países "extraños" de mitos y fantasías, de cuentos de hadas, pero no nos ha llevado a una comprensión completa —no a un verdadero reconocimiento y apreciación de lo que observamos desde cierta distancia.

Puede parecer contraintuitivo que esto sea así, pero tiene sentido si consideramos que somos los protagonistas de nuestra propia historia. Vemos el mundo desde nuestra perspectiva, con nuestros ojos y a través del lente de nuestro paisaje cultural. A pesar de esta inevitable individualidad, somos parte de comunidades que comparten experiencias y circunstancias comunes: espacio, tiempo, lenguaje, procesos sociales, modas, etc. Así es como Geert Hofstede define la cultura en un sentido antropológico: La cultura es siempre un fenómeno colectivo, ya que se comparte, al menos en parte, con personas que viven o han vivido en el mismo entorno social —es decir, en el lugar donde se aprendió esa cultura.


Desde esta cultura que nos rodea, miramos a los "Otros", aquellos que interactúan con nosotros. Pero, ¿quién es este "Otro"? En última instancia, cualquiera que no pertenezca a nuestro "nosotros".


Como ya se mencionó, nuestro acceso actual a la información nos ha quitado nuestra ingenuidad, pero no la ignorancia. Ignorancia aquí no en un sentido despectivo, sino simplemente como la falta de conocimiento sobre algo o alguien. Es esta brecha insoportable la que nos ha llevado, a lo largo de la historia de la humanidad, a buscar explicaciones para todo lo que escapa a nuestro conocimiento —desde dioses hasta monstruos, desde mundos fantásticos hasta la teoría de la relatividad. E incluso hoy, creyendo saberlo todo, ocurre lo siguiente: un nuevo vecino se muda a nuestro edificio, lo observamos de pies a cabeza, miramos sus muebles, su ropa, su idioma, su color de piel y tratamos de recopilar información en breves conversaciones en el pasillo para descubrir quién es y si representa una amenaza o no. En ausencia de información concreta, recurrimos a estereotipos que encajan con las pocas cosas que ya sabemos sobre él: origen, estatus social, preferencias, etc. Necesitamos una idea para integrarlo en nuestro mundo.


Desde aquí, no es difícil ver cómo este mecanismo funcionó a lo largo de la historia entre Occidente y Oriente. Si hoy, a pesar de toda la información disponible en tiempo real, todavía estamos atrapados en estereotipos y prejuicios —¿cómo habrá sido en el pasado?


Esta dinámica es precisamente lo que Edward Said criticó en su libro Orientalismo. Occidente siempre ha tenido una visión reducida, subjetiva y limitada de Oriente —una visión que surge de prejuicios y fantasías, pero que al mismo tiempo sirve como argumento para justificar cualquier acción en esos países lejanos. Esta imagen construida por Occidente se difunde globalmente a través de medios económicos, tecnológicos y culturales, privando a los "orientales" de la oportunidad de representarse a sí mismos y presentar su propia perspectiva. Porque si el mundo está convencido de que Oriente es un lugar de barbarie, atraso y pobreza —¿quién se levantará para defenderlo?


Oriente: Tierra de bárbaros llena de fantasía y misterios


Ahora podemos finalmente llegar al punto desde el cual podemos observar y entender la partitura de Nielsen para Aladdin: ¿Cómo veía Occidente a Oriente en la época en que Nielsen compuso su música? ¿Qué imágenes, prejuicios, sonidos, sabores y colores impregnaban la mente del compositor cuando asumió la tarea de dar forma musical a una historia como esta?


Lamentablemente, la prensa actual también contribuye a difundir esta imagen: Oriente como un lugar de barbarie, atrasado respecto a Occidente, pobre, primitivo, antihigiénico, peligroso, etc. Oriente sigue siendo ese lugar lejano donde las guerras de las últimas décadas continúan —guerras que, en gran medida, están influenciadas por intereses occidentales.


El objetivo de esta reflexión no es simplemente criticar o repetir ideas que ya se han discutido en círculos intelectuales. Más bien, se trata de entender por qué estas concepciones están tan arraigadas en nuestras sociedades —incluso en una época en la que aparentemente estamos más enfocados en la igualdad, la libertad y el desarrollo social.


Vivimos nuestras vidas desde la perspectiva del "yo", y por más empáticos que seamos, seguimos siendo los protagonistas de nuestra propia historia. No podemos escapar del "yo": nuestras características, miedos, intereses, preferencias y conocimientos. Esto no solo ocurre a gran escala entre países y culturas, sino también en el patio de la escuela: Buscamos a personas afines, a aquellos que nos dan seguridad y confirman nuestra visión del mundo. Esto se debe a que, como seres sociales, dependemos de la supervivencia a través de la comunidad —una comunidad que se desarrolla a través de lugares y experiencias compartidas y que transforma el "yo" individual en el "nosotros" colectivo.


Si yo, como individuo, vivo en una comunidad de personas similares a mí —¿cómo veo al "Otro"? ¿No es esto exactamente lo que llamamos "choque cultural"?

Lo que debemos entender es que el concepto de "orientalismo" es una herramienta que ayuda a hacer visible una dinámica y un comportamiento que ha existido a lo largo de los años —una dinámica que ha influido en la política, la economía e incluso en el arte. Este desequilibrio de poder se convierte en un círculo vicioso en el que la dominación y el control de Occidente sobre Oriente se refuerzan —no solo por lo que se dice sobre esos países, sino también por lo que se hace con ellos: si se les considera bárbaros, deben ser civilizados; si son pobres, hay que ayudarlos; si son ricos, hay que aprovechar sus recursos.


Al igual que en América Latina, la supuesta realidad de estos países justifica una narrativa generalizada y exagerada, mientras que la difusión de esta narrativa justifica las medidas que se toman en su contra. Sin embargo, en ningún momento se les da a estos países el espacio o la voz para contar su propia historia y mostrar su riqueza —y mucho menos para presentarse como naciones individuales, en lugar de un grupo sin rostro agrupado bajo un término ajeno. Por eso, el "orientalismo" y —¿por qué no?— el "latinoamericanismo" no son más que herramientas ideológicas que dan un sustento filosófico y académico a una realidad tangible.

Para avanzar, debemos reconocer cómo este mecanismo funciona en nosotros mismos y enfrentarnos conscientemente a las imágenes y estereotipos en los que participamos —a veces incluso de manera inconsciente.


Aquí es donde convergen las dos ideas sobre las que ya hemos reflexionado: "La música como testimonio de una cosmovisión" y "La mirada hacia el Otro". Una obra musical del pasado que aún interpretamos hoy no puede ser vista simplemente como una obra de arte o una obra maestra atemporal —debe ser leída como un documento histórico. De lo contrario, se reduce a mero entretenimiento. La música es una experiencia colectiva que no solo involucra a los oyentes, sino también sus dinámicas sociales, su arraigo en el espacio y el tiempo. Ya no podemos justificar la apropiación de un repertorio que no nos pertenece solo con belleza, perfección técnica o una cómoda "atemporalidad". El arte, cuando no se considera solo en términos de su técnica o su efecto emocional subjetivo, puede ser una fuente histórica que nos ilumina y nos muestra lo que hemos hecho como humanidad.

 
 
 

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