El arte en la penumbra: dos conciertos que me devolvieron la esperanza (Columna de Opinión)
- Javier Alvarez
- 26 oct
- 4 Min. de lectura
En estos últimos días pude asistir a dos conciertos que me han devuelto cierta esperanza en el devenir del arte, iluminando los páramos de un nihilismo avasallante en el que había caído. Nihilismo desatado por el sinsentido que experimenta cualquiera que se quiera adentrar en el mundo profesional del arte por los medios tradicionales. Sinsentido propiciado por un sistema que decae, pero se niega a morir o sanarse.
Y estos dos conciertos, cada uno a su manera, con sus formas y estéticas, logran romper esa monotonía rancia con olor a naftalina que se ha apoderado de la escena “tradicional”, de aquellos escenarios establecidos, pulidos, higiénicos y, sobre todo… saturados. Monotonía, porque tratando de mantenerse a flote en un mar embravecido, repite sus hits (algunos de más de 200 años) una y otra vez, con la esperanza de agradar a un público que ya sabe a lo que va, que no se sorprende, que no se estremece. Y si eso que aquí escribo es así como lo describo: ¿podemos llamar a eso arte?
Pues parece que para hacer arte hoy… arte de verdad, de ese que te impacta, te estremece, que te hace pensar, que te incomoda, que te desafía… hay que salirse del centro donde todos quieren estar por visibilidad, seguridad y reconocimiento, e irse a los confines del halo de luz, casi al borde, casi en la penumbra, para poder sembrar así algo que quizás, con mucho cariño y dedicación, sea la semilla de un renacer del arte.
Porque hacer arte cuesta, y quizás debe costar, como un parto doloroso que lanza al mundo una nueva vida, una nueva forma de ver, una nueva esperanza.
¿Será eso lo que pude presenciar? ¿Será por eso que me estremecí? ¿Ver cómo esos artistas, con esfuerzo y a pulso, traían al mundo algo nuevo y nos daban el privilegio de presenciar ese alumbramiento?
Como dije antes, a veces, para ser libre, para poder hacer lo que uno quiere y hacer algo nuevo, hay que irse a la periferia y pagar el precio.
Y eso es lo que hizo el ensamble vocal “Rhenische Stimmen” el pasado jueves 23 de octubre en la Weltkunstzimmer, una antigua fábrica acondicionada como centro cultural. Con su proyecto “Der Versuch, einen Schatten aufzuzeichnen” (“El intento de dibujar una sombra”), en una puesta en escena multimedial, el ensamble, bajo la dirección musical de Nicolas Kuhn y el diseño escénico de Paulina Barreiro, nos llevó a todos los asistentes a ser parte de algo que yo ya no consideraría un simple concierto, sino una verdadera experiencia.
Las luces se apagan en ese espacio algo lúgubre, de cañerías a la vista y baldosas en las paredes, una mezcla de quirófano y antiguo taller mecánico. En el centro, una pasarela con ganchos que caen del techo. A los lados, dos telones se iluminan con una proyección en vivo de lo que Paulina capta con el lente de su cámara. El ensamble entra en la escena, vestidos de negro, casi escondidos en la penumbra de la sala. La música comienza.
El programa del concierto, casi un homenaje a la voz humana en todas sus expresiones, le da al auditor una mezcla de sabores y colores: desde la voz hablada en las obras de Ablinger, pasando por nuevas sonoridades en la obra de Sciarrino, hasta la armonía renacentista de Tallis y Gesualdo.
La puesta en escena te abraza: los músicos se deslizan utilizando el espacio; incluso una de las obras se canta detrás de uno de los telones, dejándonos ver solo las sombras de los intérpretes.
Tengo constancia del esfuerzo que significó este concierto: las horas sin dormir, las horas de viaje, el estrés de conseguir la financiación. Pero todo eso, quizás, sea el precio a pagar por ser libres, por poder lanzarse a soñar y concebir nuevas formas de llevar la música al público sin minimizarlo, sin caer en lo simple, sin banalizar.
El otro concierto del que quiero hablar tuvo lugar hoy mismo, domingo 26 de octubre de 2025, en la Partika Saal de la Robert Schumann Musikhochschule Düsseldorf, a cargo del Dúo Dafne (Emma Campas, guitarra; Gemma Vigo Mitjans, flauta traversa): talento, creatividad, buen gusto y sencillez.
Emma y Gemma nos llevaron a través de una historia del tango con una visión feminista, siguiendo los pasos de Nicole Nau, bailarina de tango nacida en Düsseldorf y radicada hace años en Argentina.
La elección del repertorio fue preciosa, dejándonos disfrutar de las virtudes de la guitarra y la flauta tanto en conjunto como por separado. Todo acompañado de juegos de iluminación, desplazamientos escénicos e incluso una pareja de bailarines que nos transportó a algún bar de tango porteño.
Lo que emociona es el disfrute que se ve en el escenario, la naturalidad de dos personas que están haciendo lo que quieren, lo que les gusta, y lo comparten con nosotros de manera cercana, casi mirándonos a los ojos.
En definitiva, dos iniciativas que nacen desde el empuje propio, de lo artesanal, y que dan un aire nuevo a las perspectivas del arte.






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